domingo, 16 de enero de 2011

El vagón de la soledad


Solía caminar por las noches sin un rumbo fijo, mi cuerpo lo único que buscaba era encontrar respuestas a preguntas sobre el destino, un destino incierto o existente, mi mente se enfocaba en eso, la noche fría, la luna, las pocas estrellas que se observan por el abundante smog de la ciudad, ahí iba caminando, eran tan solo las 11 de la noche, el día estaba por concluir y no sabía sí mis dudas también.

Decidí meterme al metro para pensar un poco, casi no había gente, tal ves por la hora, fue lo que pensé, me subí en la estación “Misterios”, como su nombre lo dice, mi vida y mis problemas eran todo un misterio, opté por el último vagón del tren, iba solo, mi mente seguía girando y girando a preguntas que ni yo mismo me podría responder ¿porqué?, ¿cómo pasó’, ¿qué hice?, durante un tiempo llevaba buscando respuesta, pero no la encontraba.

En la estación del metro “Consulado”, abordó una señora grande, de rasgos indígenas, con muchas bolsas, y vestida muy colorida, al subir, sonrió, se sentó unos 5 metros delante de mí. Ella me observaba, no quitaba su mirada, era pesada como la de una roca.

El tren se detuvo, se apagaron las luces, mi cabeza giró hacia arriba, se escuchó ruido, no se veía nada, al parecer la señora se puso de pie, pude escuchar una risa, bajé la mirada, la tenía a un costado, me tomo, me asustó, no sabía realmente que es lo que quería, no podía aventarla porque aún así permaneceríamos en el mismo vagón y no se por cuanto tiempo, lastimarla tal ves, pero podría tener problemas con la autoridad después.

Me dijo, soy “Juana, no tengas miedo”, yo sonreí, aunque no me vio, pero escucho el suspiro de mi risa, se sentó, “yo se lo que te pasa”, me dijo, no me pasa nada, respondí.

“Paso, porque tenía que pasar, yo hubiera hecho lo mismo en tu caso, eres valiente, yo soy cobarde, a pesar de que te diga que hubiera hecho lo mismo”, se rió, “pero, a veces la vida nos hace llevar a caminos que nunca imaginamos, piensas qué es destino, tal ves, simplemente se interpuso, no había otra opción”. De que habla, le dije, “no te hagas tonto hijo, lo veo en tu mirada, en tu cara, en tu cuerpo, en todo, lo tienes dentro y no podrás sacarlo, es invisible y muy poderoso”.

Pero ya no tolero, yo no quería realmente, le dije llorando, “no llores, te dije que es de valientes”, dijo Juana, lo sé pero hubiera visto ese color rojo desvanecerse por el amarillo, nunca había visto algo así, no se de donde me salieron esas fuerzas, lo único que sé, fue que lo hice, y hoy me arrepiento, “nunca te arrepientas de lo que hagas hijo, yo alguna ves lo intente hacer, pero como te digo fui cobarde, no pude, me arrepiento tal ves, pero a la ves no, estoy aquí contigo”, dijo Juana.

Todas las noches hago lo mismo, cada que estoy depresivo, no puedo, ya no lo tolero más, no entiendo esta soledad, intento hablarle y no me hace caso, le marco, le mando mensajes, le escribo, voy a su casa y aún así no obtengo respuesta, ¿porqué?, no tolero más, le dije llorando. “El destino existente me dijo que tenías que esperar un poco más, pero te adelantaste, es por eso que ya no te escucha, ya no te ve por completo, tuviste en parte culpa”, dijo Juana.

Pero yo no quería entienda, se lo dije llorando y gritando de la desesperación, “compórtate” gritó Juana y me dio una bofetada, y me abrazó, me recargó en su pecho, como si yo fuera un bebé, “en mi caso, fui cobarde, tenía todo a mi alcance para hacer lo que hiciste, pero el miedo se apoderó de mí, estaba sorprendida al ver tanta brutalidad, y yo india, ¿quién me iba a creer?, nadie, el último recuerdo que tengo de ese día quedó congelado en mi memoria, iba al río a lavar la ropa, para venir a la ciudad a trabajar, escuché un crujido en mi cabeza, el río se hizo rojo”, dijo Juana, y se soltó a llorar.

Se limpió las lágrimas, y dijo “tenía que darle de comer a mis hijos, y a la semana me encontraron, en el forense me enteré que había muerto por un golpe de una roca en la cabeza, aunque seguía viva, me ahogué, fue lo que escuché”.

Me levanté de sus brazos y le dije, “estaba enamorado, llevábamos tan buena química, la amistad, noches y días de charlas increíbles, salíamos a bailar, a cenar, a comer, hablábamos por teléfono, conocía a toda su familia, pero me lastimó, de un día para otro cambió, ya no quería saber nada de mí, todas las noches salía a caminar llorando por esa persona, y un día abordé el metro para pensar, y tratar de descifrar una respuesta al porqué se había alejado de mí, no podía más, no había casi gente en el metro, escuché que venía el tren, y me aventé, así fue como morí”.

“Que valiente hijo” dijo Juana, me abrazó y mencionó “yo no pude morir tan valientemente o cobardemente o voluntariamente o por la edad, simplemente me mató, tuve que soportar todo, golpes, violaciones, humillaciones; tenía a mis tres hijos” y sacó una fotografía vieja y arrugada con los rostros de sus engendros.

“Sabes, ahora esa persona se arrepiente de que murieras, pensó que siempre estarías ahí cuando quisiera, pero no, hace poco lo vi, fue a la estación Misterios, donde siempre te subes, y observaba las vías, se puso a llorar, y dijo algo así como, “lo siento”, es por eso que me acerqué a ti, para decirte esto, este no es mi vagón, pero ya era necesario que lo supieras, yo siempre subo en Consulado, aunque conozco todas las estaciones, eres el segundo que me hace compañía, así que no te sientas tan mal, como tu sufres en este mundo invisible, él sufre en su mundo visible”, dijo Juana.

1 comentario:

Albert Proxy dijo...

Creo esto llego en un momento adecuado siento que esta pudo ser mi historia pero caray ...